Ante la muerte de Manuel Martínez Carril.
En el día de hoy, Manuel Martínez Carril
abandonó para siempre el mundo conocido.
Martínez Carril -Manuel o Manolo para quienes
lo conocimos- fue el director de Cinemateca Uruguaya desde 1978 y hasta que su
salud se lo permitió. Pero hasta hoy mismo, y quizá por siempre, ha sido su
guía espiritual.
A aquellos que por razones de juventud puedan
pensar que la Cinemateca es solamente un lugar en que se exhiben películas con
peor calidad de imagen y sonido que en las salas de los shoppings, con butacas
mayoritariamente en mal estado, y en donde no es posible adquirir pop
acaramelado, a esos hipotéticos lectores, queremos pedirles el esfuerzo de que
imaginen por un momento un mundo sin video clubes, sin televisión cable y sin
internet.
Ese mundo inverosímil fue el mundo real hasta
hace no mucho. En ese mundo, el cine se consumía exclusivamente en las salas, y
salvo extrañísimas excepciones, todas las películas que en ellas se exhibían
procedían de la industria norteamericana.
En ese mundo limitadísimo -¿tal vez casi tanto
como el actual?-, Cinemateca Uruguaya fue el único reducto que nos permitió
conocer otras formas de expresión cinematográfica, otros modos de ver el mundo,
otras maneras de pensar. Y esas formas plurales provenían de los países más
insospechados.
Desconocemos si el sentido de la vida para
Manolo fue más amplio que los metros cuadrados de las salas de Cinemateca
Uruguaya y de su milagroso archivo cinematográfico. En todo caso, la tarea que
se auto impuso en esa su trinchera fue de una magnitud inconmensurable, a pesar
de lo cual fue capaz de abarcarla desde todas las aristas imaginables.
A la Cinemateca de Manolo le tocó, entre otras
suertes, lidiar con la dictadura militar. En esos años de miradas esquivas y
palabras a medias, Cinemateca fue el bastión democrático por antonomasia. Sus
ciclos de cinematografías lejanas ofrecían permanentes guiños sobre realidades
no tan distantes a espectadores más atentos y perspicaces que los censores de
turno.
Pero a pesar de que la sobrevivencia en
tiempos de dictadura hubiese sido casi imposible sin la presencia de
Cinemateca, limitar su importancia y su radio de acción exclusivamente a su condición
de bastión democrático, sería prueba de gran ignorancia.
Al menos nosotros podemos asegurar que no hubo
institución que haya influido tanto en nuestras vidas, en ser quienes somos,
como Cinemateca. Y si esa influencia se la debemos a una persona por sobre
todas las demás, es a Manuel Martínez Carril. Nos consta que no somos los únicos
en sentir hondamente esa deuda. Nos consta que no somos los únicos que se
consideran privilegiados por haber sido formados y guiados gracias a este
fenómeno social y cultural.
Es común en estos casos decir que sólo se ha
muerto el hombre, que su recuerdo y su obra perdurarán bastante más que sus
huesos. Creemos de verdad que será así en el caso de Manolo. Sin embargo, resulta
inevitable sentir que, de ahora en adelante, cuando naveguemos como tantas
veces en la más profunda oscuridad, ya no podremos contar con el faro más alto
y brillante que conocieron estas empobrecidas costas en las últimas décadas.
No tenemos la fortuna de contar con báculos de
carácter religioso o de ninguna otra especie. No creemos que nadie tenga el
derecho a pedir, ni mucho menos a quién dirigirse para hacerlo.
Pero si en este momento se nos concediera la
merced de pedir algo para Manolo, pediríamos, para él, “la eternidad y un día”.
En lo que a nosotros, humildes mortales, nos concierne, ya le fue concedida,
desde hace mucho y para siempre.
Adriana Nartallo – Daniel Amorín
PRODUCCIONES DE HACHAYTIZA
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