Ricardo fue un enorme actor del teatro independiente uruguayo,
además de actuar en numerosos proyectos audiovisuales, algunos modestos y otros
de presupuestos importantes para nuestro medio como “Otario”, “Plata quemada” y
“Corazón de fuego”. Pero, aunque le encantaba actuar en cine y tenía un talento
innato para el gesto chico tan necesario en este arte, era sobre todo un animal
de teatro. Actuó en innumerables obras. Sólo citaremos que interpretó a “la muerte”
en “El herrero y la muerte”, una de las obras más emblemáticas del teatro de la
resistencia durante la dictadura militar.
Es increíble tener que hacer esta brevísima glosa, pero este
país es tan despiadado y olvidadizo con sus artistas, que hay que hacerlo.
Yo personalmente conocí a Ricardo a fines de los ’80, en una
nefasta producción audiovisual que Ricardo recordaba algunas veces, para
señalar que además de actuar junto a Luppi o Alterio, también había actuado por
ejemplo en esa producción en video donde un rodaje se había atrasado porque
habían olvidado llevar cassette para la cámara, por lo tanto, no había en qué
filmar… Él era co protagonista junto a Roxana Blanco y yo el montajista, y
script durante el rodaje. Como se ve era una producción accidentada, con grandes
demoras, que nos permitieron hacer boliche juntos en los tiempos muertos, en un
bar cercano a la locación principal, con largas charlas entre cafés o cervezas
y un cigarrillo tras otro. Desde allí nació una fraternal relación, que nunca fue
asidua, pero sí llena de cariño por ambas partes.
Tiempo después, ya en contexto del equipo creativo
Amorín-Nartallo, lo convocamos a fines de los ’90 para que protagonizara la
serie de ficción para TV “Historias no contadas”, de la que sólo se hicieron
dos capítulos y se emitió exclusivamente el primero, porque el segundo fue censurado
–en plena democracia– porque dejaba mal parada a la policía, que como sabemos
siempre ha sido tan eficiente para enfrentar al crimen.
Luego fue protagonista también de nuestra serie documental “Mediotanque”,
casi desconocida en nuestro país, pero emitida para América latina y el Caribe
por la cadena Telesur.
Y más tarde, en 2004 – 2005, apoyó en forma honoraria y solidaria
nuestro largo documental “Vientos de octubre”, como narrador en off con su exquisita
voz, profunda y cálida a la vez.
Esa fue su última participación en proyectos nuestros, pero
cada tanto nos lo encontrábamos en alguna obra de teatro que íbamos a filmar. Y
siempre los encuentros eran muy afectuosos.
Volvemos para atrás en el tiempo. Cuando en 1998 lo llamamos
para protagonizar “Historias no contadas”, el encuentro para hacer la propuesta
fue en un bar, un ámbito que a los dos siempre nos sentó muy bien. Le mostramos
el proyecto que incluía la presentación que el personaje hacía de sí mismo, en
una referencia explícita a Onetti: “Yo soy un hombre solitario que fuma en un
sitio cualquiera de la ciudad”. Detuvo su lectura, me miró a los ojos y me
dijo: “yo dejé de fumar, y no me animo ni a mirar un cigarrillo”. Le expliqué
que era una característica central del personaje, y que no imaginábamos a ningún
actor más que a él para el papel. Dio un trago largo a su cerveza, volvió su
mirada al texto y luego a mí y dijo: “bueno, después de todo soy un actor”. Y
vaya si lo era. No fumó nunca en los rodajes, pero quien haya visto esos dos
capítulos quedó convencido de que sí lo hacía. No recuerdo si a esa altura ya había
perdido un pulmón o fue poco después, precisamente por su pasado de gran
fumador.
No sé cuánto registro quede de la enorme cantidad de obras
de teatro en las que actuó. Sabemos sí que perdura en las obras que lo filmamos,
ya que conservamos archivo de todas nuestras realizaciones.
Afortunadamente actuó para cine, y es relativamente fácil entonces
volver a verlo, y sentirlo tan vivo como queremos seguirlo sintiendo. Para quienes
no lo hayan visto, les recomendamos especialmente, para verlo en su plena
juventud y potencia actoral, en su inolvidable composición para “Vida rápida”,
del Grupo Hacedor, una de esas películas que debería rescatarse del olvido.
El único modo de terminar esto es con un “salú Ricardo”, “nos
vemos cuando escampe”.
Daniel Amorín.
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