Ante la polémica sobre piratería e internet, un punto de vista interesantísimo que queremos compartir
SÁBADO,
31 DE DICIEMBRE DE 2011. página 12
POLEMICAS > INTERNET Y LA PIRATERIA DE LIBROS
PIRATAS Y TIBURONES
La semana pasada, la
exitosa escritora valenciana Lucía Etxebarría (Beatriz y los cuerpos celestes,
Un milagro en equilibrio, Premio Planeta 2004) anunció su retirada indefinida
del mundo literario como forma de protesta contra la piratería. Una
parte del mundo editorial salió a apoyarla, pero Hernán Casciari, autor de la
“blogonovela” Más respeto que soy tu madre (adaptada para el teatro por Antonio Gasalla)
y editor de esa exitosa rareza que es la revista Orsai (sin
publicidad y con venta anticipada) dio a conocer esta carta en la que dice a
Lucía que no es para tanto y que los malos están en todos lados.
Por Hernan Casciari
El contador de suscripciones
anuales a la nueva
revista Orsai acaba de llegar a mil. En nueve días, y sin noticias sobre los
contenidos o la cantidad de páginas, mil lectores ya compraron las seis
revistas del año próximo. Y eso que todos saben que habrá una versión en pdf,
gratuita, el mismo día que cada revista llegue a sus casas. Repito: acabamos de
vender seis mil revistas. Seiscientas sesenta y cinco por día. Veintiocho por
hora.
Al mismo tiempo, una
escritora española acaba de informar que dejará de publicar. “Dado que se han
descargado más copias ilegales de mi novela que copias han sido compradas,
anuncio que no voy a volver a publicar libros”, dijo ayer Lucía Etxebarría. La
prensa tradicional se hizo eco de sus palabras y la industria editorial la
arropó: “Pobrecita, miren lo que Internet les está haciendo a los autores”.
A nosotros nos ocurre lo
mismo. Durante 2011 editamos cuatro revistas Orsai. Vendimos una media de siete
mil ejemplares de cada una, y con ese dinero les pagamos (extremadamente bien)
a todos los autores. Los pdf gratuitos de esas cuatro ediciones alcanzaron las
seiscientas mil descargas o visualizaciones en Internet.
Vendimos siete mil, se
descargaron seiscientas mil.
Si los casos de Lucía
Etxebarría y de Orsai son idénticos, y ocurren en el mismo mercado cultural,
¿por qué a nosotros nos causan alegría esos números y a ella le provocan
desazón?
La respuesta, quizá, es
que se trata del mismo mercado pero no del mismo mundo.
Existe, cada vez más, un
mundo flamante en el que el número de descargas virtuales y el número de ventas
físicas se suma; sus autores dicen: “qué bueno, cuánta gente me lee”. Pero
todavía pervive un mundo viejo en el que ambas cifras se restan; sus autores
dicen: “qué espanto, cuánta gente no me compra”.
El viejo mundo se basa en
control, contrato, exclusividad, confidencialidad, traba, representación y
dividendo. Todo lo que ocurra por fuera de sus estándares, es cultura ilegal.
El mundo nuevo se basa en
confianza, generosidad, libertad de acción, creatividad, pasión y entrega. Todo
lo que ocurra por fuera y por dentro de sus parámetros es bueno, en tanto la
gente disfrute con la cultura, pagando o sin pagar.
Dicho de otro modo: no es
responsabilidad de los lectores que no pagan que Lucía sea pobre, sino del modo
en que sus editores reparten las ganancias de los lectores que sí pagan. Mundo
viejo, mundo nuevo. Hace un par de semanas viví un caso muy clarito de lo que
ocurre cuando estos dos mundos se cruzan. Se lo voy a contar a Lucía, y a
ustedes, porque es divertido:
me llama por teléfono una
editora de Alfaguara (Grupo Santillana, Madrid); me dice que están preparando
una Antología de la Crónica Latinoamericana Actual. Y que quieren un
cuento mío que aparece en mi último libro, “un cuento que se llama tal y tal,
que nos gusta mucho”.
Le digo que por supuesto,
que agarre el cuento que quiera. Me dice que me enviará un mail para solicitar
la autorización formal. Le digo que bueno.
A la semana me llega el mail , con un archivo adjunto:
“Estimado Hernán, te
explico lo que te adelanté por teléfono: Alfaguara editará próximamente una
antología de bla bla bla cuya selección y prólogo está a cargo de Fulanito de
Tal. El ha querido incluir tu cuento Equis. Si estás de acuerdo con el contrato
que te adjunto, envíame dos copias en papel con todas las páginas firmadas a la
siguiente dirección” (y pone la dirección de Prisa Ediciones, Alfaguara).
Abro el archivo adjunto,
leo el contrato. Me fascina la lectura de contratos del mundo viejo. No se
molestan en lo más mínimo en disfrazar sus corbatas.
Al cuento que me piden lo
llaman “La aportación”. En la cláusula 4 dice que “el editor podrá efectuar
cuantas ediciones estime convenientes hasta un máximo de cien mil (100.000)”.
En la cláusula 5, ponen: “Como remuneración por la cesión de derechos de ‘La
aportación’, el editor abonará al autor cien euros (¿100?) brutos, sobre la que
se girarán los impuestos y se practicarán las retenciones que correspondan”.
Pensé en los otros
autores que componen la antología, los que seguramente sí firman contratos así.
Cien euros menos impuestos y retenciones son sesenta y tres euros, y a eso hay
que quitarle el quince por ciento que se lleva el agente o representante (todos
tienen uno), o sea que al autor le quedan cincuenta y tres euros limpios. No
importa que la editorial venda dos mil libros o cien mil libros. El autor
siempre se llevará cincuenta y tres euros. ¿Firmará Lucía Etxebarría contratos
así?
Esa misma tarde le
respondí el mail
a la editora de Alfaguara:
“Hola Laura, el cuento
que querés aparece en mi último libro, que se distribuye bajo una licencia
Creative Commons Reconocimiento 3.0 Unported, que es la más generosa. Es decir,
podés compartir, copiar, distribuir, ejecutar, hacer obras derivadas e incluso
usos comerciales de cualquiera de los cuentos, siempre que digas quién es el
autor. Te regalo el texto para que hagas con él lo que quieras, y que sirva
este mail como comprobante. Pero no puedo firmar esa porquería legal espantosa.
Un beso.”
La respuesta llegó unos
días después; ya no era ella la que me hablaba, sino otra persona:
“Hernán: entendemos esto,
pero el departamento legal necesita que firmes el contrato para que no tengamos
problemas en el futuro. ¡Saludos!”
Y ya no respondí más
nada. ¿Para qué seguir la cadena de mails?
La anécdota es esa, no es
gran cosa. Pero quiero decir, al narrarla, que no hay que luchar contra el
mundo viejo, ni siquiera hay que debatir con él. Hay que dejarlo morir en paz,
sin molestarlo. No tenemos que ver al mundo viejo como aquel padre castrador
que fue en sus buenos tiempos, sino como un abuelito con Alzheimer.
–¿Me das eso? –dice el
abuelito.
–Sí, abuelo, tomá.
–No, así no. Firmame este
papel donde decís que me das eso y yo a cambio te escupo.
–No hace falta, abuelo,
te lo doy. Es gratis.
–¡Necesito que me firmes
este papel, no lo puedo aceptar gratis!
–¿Pero por qué, abuelo?
–Porque si no te cago de
alguna manera, no soy feliz.
–Bueno, abuelo, otro día
hablamos... Te quiero mucho.
Y de verdad lo queremos
mucho al abuelo. Hace veinte, treinta años, ese hombre que ahora está gagá, nos
enseñó a leer, puso libros hermosos en nuestras manos.
No hay que debatir con
él, porque gastaríamos energía en el lugar incorrecto. Hay que usar esa energía
para hacer libros y revistas de otra manera; hay que volver a apasionarse con
leer y escribir; hay que defender a muerte la cultura para que no esté en manos
de abuelos gagá. Pero no hay que perder el tiempo luchando contra el abuelo.
Tenemos que hablar únicamente con nuestros lectores.
Lucía: tenés un montón de
lectores. Sos una escritora con suerte. El demonio no son tus lectores; ni los
que compran tus novelas ni los que se descargan tus historias de la red.
No hay demonios, en
realidad. Lo que hay son dos mundos. Dos maneras diferentes de hacer las cosas.
Está
en vos, en nosotros, en cada autor, seguir firmando contratos absurdos con
viejos dementes, o empezar a escribir una historia nueva y que la pueda leer
todo el mundo.
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