La noticia conmociona. Murió Kim Ki Duk. A nuestro juicio, uno de los cinco cineastas más importantes y personales de los últimos 35 años.
Las reseñas a las que hemos podido acceder, insultantemente breves, sólo dicen que murió por “complicaciones derivadas del Coronavirus”.
A quienes
vimos ese descarnado testimonio llamado “Arirang” (2011), en el que Kim se
filma a sí mismo como un despojo humano al que le cuesta encontrar razones para
seguir vivo; a quienes fuimos mudos testigos de esa confesión impar, nos va a
costar creer que Kim simplemente haya muerto a causa de un virus. Ese ser
atormentado tenía causas más profundas y dolorosas para ser elegido por la
Señora Otra.
Pero no nos importa hablar de su muerte, sino de su vida. O mejor
dicho, de su obra, que es lo que nos queda.
Y para ello copiamos un artículo escrito en 2014 por Daniel Amorín,
para la revista española Fiat Lux.
"Kim Ki-duk o
la tragedia en tres actos"
A mi modo de ver, el coreano Kim Ki-duk y el austríaco Michael Haneke son los os máximos exponentes del cine de autor de la actualidad.
Es frecuente leer que el cine de Kim presenta imágenes sorprendentes,
poderosas, casi hipnóticas, a menudo de una violencia insoportable; que sus
personajes hablan poco o no hablan, pertenecen generalmente a estratos bajos,
son marginales o eligen serlo como único modo de resistir a un medio hostil, y
encuentran en la violencia un vínculo amoroso; que sus historias tienen un
ritmo lento, presentan una imprecisa frontera entre lo onírico y la realidad, emanan
incomunicación, violencia y hasta truculencia salpicada por un humor tan
inocente que resulta perverso, y gusta de finales oblicuos en los que irrumpe
la parábola fantástica y simbólica.
Y todo es cierto.
El propio Kim ha dicho que “mis personajes no hablan porque son seres
enfermos, heridos hasta la médula, incapaces de comunicarse”, “el mundo
cotidiano está repleto de violencia y es la que a mí me interesa”, “intento
hablar de cosas extremas que se unen como la suciedad y la pureza”, “somos
seres tristes que viven en el sufrimiento”, “sin la moral del perdón no se
puede vivir en la sociedad actual, todos somos responsables de los crímenes que
pasan en el mundo”, y que “no es sino mirando atentamente algo sórdido que
descubrimos su belleza”.
Y esa línea de pensamiento está reflejada en su personalísimo cine.
Pero no es de todo eso que me interesa hablar en este espacio, sino de un aspecto acaso desapercibido de su forma de narrar. Casi todas sus películas se estructuran como tragedias en tres actos: humillación, venganza y culpa. Y son esos los motores de sus creaturas.
En efecto, los personajes de Kim sufren la humillación de un “afuera”
infame, o se la auto infringen en un desesperado intento por ser aceptados por
la sociedad; las atroces consecuencias de la humillación los conduce a la
venganza, generalmente mediante violencia extrema; y, pasada la instancia de
ira y venganza, sobreviene la culpa, que lleva a los personajes al suicidio, o
al arrepentimiento mediante sádicos auto castigos, o a expiarla humillándose
otra vez, con lo cual el círculo fatídico vuelve a comenzar.
Esta lógica atroz, fatal y por lo tanto previsible, puede resultar insoportable. Y en efecto lo es para el gran público. Es que una cosa es la violencia expuesta por el sádico placer de exponerla para divertimento de espectadores igualmente sádicos, y otra muy distinta la descripción lúcida y descarnada de una sociedad contemporánea en donde no existen relaciones de igual a igual, y esas diferencias de poder entre los hombres generan la tragedia en trío descubierta por el surcoreano. Eso molesta.
Claro, alguien podría decir: vale,
comprendo el mensaje, pero ¿cuántas pelis necesitas para decir siempre lo
mismo?
Pues esa es parte de la gracia y tal vez por eso es que no se menciona la
repetición sistemática de esta estructura en el cine de Kim. Sus películas son
en general distintas entre sí, tratan temas diferentes, y a menudo nos
sorprenden con nuevas ideas y enfoques. Cada película suya tiene cosas para
decir. Lo notable es que debajo de esas historias y personajes diferentes,
incluso actores y técnicos diferentes, puede verse discurrir siempre la misma
tragedia en tres actos, a la que, según Kim y en los tiempos que corren,
estamos todos condenados.
Pero hay otro aspecto aún más notable. A pesar de ese fatalismo, sus
personajes encuentran a veces un modo de escapar a su destino. Es cuando las
fronteras entre realidad y sueño se desvanecen, cuando el milagro del amor
irrumpe bajo formas incomprensibles, o cuando un personaje consigue ser
invisible para los demás.
Respecto a si es posible que un coreano toque nuestra sensibilidad occidental, el realizador afirma: “la sinceridad es universal, y si algo se hace con honestidad, la gente lo entiende”.
Y yo afirmo que hay pocos cineastas de los que pueda decirse que más que cineastas son una cinematografía. Kim Ki-duk es uno de ellos.
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Con más de 20 películas en su haber, aquí va la lista de a nuestro juicio, sus mejores 5 films, que difícilmente encuentren en Netflix, pero sí en el ciberespacio, gracias a esas notables almas que destinan su tiempo a compartir y que ese "otro cine" no se pierda en el olvido.
1. HIERRO 3
2. CHICA SAMARITANA
3. PRIMAVERA, VERANO, OTOÑO, INVIERNO Y OTRA VEZ PRIMAVERA
4. TIEMPO
5. ARIRANG
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