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COVID-19 ¿Qué es peor, la enfermedad o su remedio?

Fotograma de "Metrópolis" película de Fritz Lang (Alemania, 1927)

 

2 + 2 es 4. Lo sabemos porque hay evidencia científica. Lo aceptamos y no lo discutimos.

Pero cuando sobre un tema no hay evidencia científica, nadie puede arrogarse para sí la posesión de la verdad.

Sabemos también, que cuando tenemos una opinión formada sobre algo, es muy difícil que la cambiemos por otra.

La manera inteligente de confrontar las ideas es argumentar, pero solemos hacerlo no para convencer, sino para vencer.

Nosotros no queremos vencer en un debate desgastante y doloroso. Queremos convencer.

 

Vayamos a los hechos (según datos oficiales que en principio daremos por buenos)

1.    El SARS-CoV-2 existe, y es un virus contagioso.

2.    La persona que contrae el SARS-CoV-2 puede enfermarse de COVID-19 o puede ser asintomática. No hay datos porcentuales de unos y otros.

3.    A diciembre 2020, hay más de 1 millón y medio de personas muertas por COVID-19, y 77 millones de infectados por el virus SARS-CoV-2.

4.    Con la finalidad de evitar contagios y mortandad, se han implementado medidas que afectan a otra gran cantidad de personas, desde el punto de vista económico, social, sanitario y psíquico.

 

La polémica central tiene que ver con la pregunta de si el remedio es peor que la enfermedad. Es decir, si el combate a la enfermedad justifica los daños colaterales.

 

Quienes consideran que sí se justifican, en líneas generales argumentan:

a.    Peligrosidad y mortandad.

b.    Lo altamente contagioso que haga colapsar a los sistemas de salud.

c.    Mate mucho o mate poco, lo cierto es que mata. Y yo no quiero morir o no quiero que mueran mis padres, abuelos, etc.

 

Respecto a la mortandad y colapso del sistema, nos llama la atención que algunos artículos científicos, como el del genetista molecular Bernard La Scola (28/09/20 - revista Clinical Infectious Diseases de la Oxford Academic), no hayan sido rebatidos, al menos hasta donde sabemos.

La investigación de La Scola consistió en tomar 180 mil casos positivos de SARS-CoV-2 y cultivarlos, para comprobar si esos casos eran realmente positivos o no. El resultado fue que menos del 3% de los hisopados “positivos” eran realmente positivos, lo cual demuestra que la forma en que se realiza el hisopado no sirve para diagnosticar.

El rigor de este estudio fue confirmado oficialmente por el MSP de Uruguay, pero a pesar de ello continúa hisopando de igual modo. O sea: tiene razón pero marche preso. Que en este caso es literal, porque se nos aísla y cuarentena a partir de diagnósticos falsos.

 

Estas conclusiones emanadas de investigaciones científicas rigurosas (la de La Scola es sólo una de ellas), derribarían como un castillo de naipes las cifras de contagios (2 millones en lugar de 77) y muertes (50 mil en lugar del millón y largo) por COVID-19. Y transformarían a esas cifras en una mentira planetaria.

 

Ahora bien, aun aceptando que nos estén mintiendo a cara de perro, surge una duda razonable: ¿por qué el colapso médico en Italia y España?

Por lo que sabemos, ahí confluyen dos factores principales: mal manejo de los sistemas sanitarios, y los diagnósticos erróneos mencionados que llevan a desafectar personal especializado –por ser “falsos positivos”– y ocasionar muertes por mala praxis en el intubado, etc. Y pese a eso, el colapso causado por la “pandemia” que tanto alarma, en España en 2020 dejó menos muertos totales que en 2019. Toda una curiosidad.

 

Pero sean las cifras correctas o no, lo cierto es que el virus es contagioso, y la enfermedad que produce, mata. Y si quien muere es nuestra madre o abuelo, poco nos va a importar si representa un 1% o 1 por millón. Para nosotros será un 100% porque nos afecta directamente.

¿Cómo no estar de acuerdo con este argumento?

Pensemos. Si según las cifras oficiales, la COVID-19 produce comparativamente pocas muertes, ¿no es más probable que ese familiar tan querido muera en un accidente de tránsito si sale a la calle, o en un accidente doméstico en su casa, o de un ataque cardíaco que es la principal causa de muerte en el mundo después del hambre? ¿De qué elegiríamos protegerlo en forma prioritaria: de lo más probable o de lo menos probable?

Nos recomiendan proteger a personas con comorbilidades, pero sólo de un virus que mata muy poco. Los exponemos a la vez a otras causas de muerte más probables y, lo que es peor, les hemos retaceado la medicina preventiva.

Y por último estamos olvidando lo más elemental. La muerte es la única certeza de la vida. Todos nos vamos a morir. Todos sufrimos cada tanto la muerte de alguien muy querido, sabemos que murió de tal o cual cosa, y no por todo lo que nos afecta, abandonamos un hábito que podría ponernos en riesgo de morir de lo mismo que esa persona. Es decir, seguimos viviendo.

 

Hay una desproporción fabulosa entre la enfermedad que supuestamente intentamos controlar y el daño brutal que estamos provocando a muchas más personas.

Aun tomando como real el número de 1 millón y largos de muertos por COVID, ese número es nimio frente a los 150 millones de personas que, según la proyección del Banco Mundial, caerán en situación de extrema pobreza, es decir, con enorme riesgo de morir de hambre, por culpa de las medidas adoptadas. Y ni mencionemos el aumento de casos de violencia doméstica, de suicidios, o la pérdida de calidad de vida de esta sociedad global donde unos miran a otros con desconfianza por temor a que estén contaminados, o porque no se cuidan como el otro quisiera, o porque son jóvenes y se divierten.

 

18 millones de personas mueren todos los años en el mundo por accidentes cardiovasculares. Muchas más que por Coronavirus. Según la OMS las principales causas son el tabaquismo, el sedentarismo y la mala alimentación. ¿Alguna cruzada sanitaria se planteó cerrar las tabacaleras, Mc Donald’s o prohibir los juegos electrónicos que fomentan el sedentarismo?

 

Estamos aceptando cambios profundos en nuestra forma de vivir. ¿A cambio de qué? ¿De la salud? ¿De qué salud? ¿Qué es la salud? Según la propia OMS, “la salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no sólo la ausencia de enfermedad". Si pensamos que esto es así, ¿qué clase de bienestar físico, mental y social estamos teniendo con estas medidas presuntamente sanitarias?

Hemos dejado de vivir para protegernos de la muerte. ¿Y qué es la muerte si no dejar de vivir?

 

Sabemos que es difícil aceptar un engaño universal de estas proporciones. A nadie nos gusta ser engañados.

Quienes pensamos así sobre engaños de cualquier tipo, solemos ser tildados de “conspiracionistas”. Antes lo éramos de subversivos, pero los tiempos han cambiado.

Quizá podamos vencer nuestros prejuicios si atendemos la reflexión de Mark Twain:

Es más fácil engañar a la gente que convencerla de que ha sido engaña

 

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