Nuestro artículo de días atrás, sobre la mentira planetaria de los falsos muertos e infectados por Coronavirus, fue propiciado por las voces en aumento que, a partir de trabajos científicos rigurosos, denuncian la estafa mundial en la que estamos inmersos.
Estos datos contundentes, podrían llevarnos a
formular ciertas preguntas:
¿Quién nos miente de este modo?
¿Con qué objetivo?
¿Cómo puede encontrar un eco tan grande en
tantos científicos y gobernantes?
¿Todos forman parte de una confabulación?
¿No parece todo muy de película futurista
para creer que sea cierto?
Pensemos en nuestra historia universal.
Siempre, en todos los tiempos y lugares, hubo
hombres que dominaron y quisieron dominar a mujeres y hombres. Nuestra especie
tiene muchas virtudes, pero es también agresiva, violenta, incluso despiadada.
Si esa es la condición humana, ¿por qué
habría de extrañarnos que quienes detentan el poder quieran fortalecer o mejorar
ese dominio? Lo novedoso sería que quienes dominan quisieran dejar de hacerlo
para que ya no haya ricos y pobres.
Dicho esto, ¿cómo ha operado EE.UU. en
particular, el país más poderoso del mundo, en las últimas décadas? Inventa o
potencia conflictos internos en países de interés estratégico -por ejemplo
petroleros-, coloca gobernantes afines a su interés, luego vende armas a su
lacayo pero también al bando contrario, denuncia prácticas anti democráticas en
el gobierno puesto por él, luego invade el país para frenar la matanza, luego
le da “garantías” al nuevo gobierno títere, y finalmente le da al país
préstamos para reconstruir los daños ocasionados, a cambio del petróleo o lo
que fuera de su interés, dejando al país endeudado de por vida con EE.UU.
Negocio perfecto. Nosotros les vendemos las armas para su ruina, nosotros les vendemos
luego la ayuda y nos apoderamos para siempre de sus riquezas.
Bien. Pero este negocio perfecto, ¿será aun
perfectible? Pues sí, lo es.
Porque podemos
arruinar simultáneamente a todos los países que queramos, sin invertir un solo
peso en armamentos, y sin siquiera crear un virus nuevo que a la larga sería
descubierto. Bastan un par de directivas y la máquina funciona sola.
Directiva 1
Se la impartió en 2009 a partir del fraude de
la llamada “gripe porcina”. Consistió en cambiar la definición de “pandemia” en
un único detalle fundamental: tachar las palabras “mortandad significativa”. De
este modo, cualquier enfermedad “nueva” que se detectara en más de un país a
partir de 2009, aunque su mortandad fuera poco significativa, podría
catalogarse de pandemia, lo cual permite a la OMS impartir órdenes que de
inmediato deben cumplir todos los gobiernos del mundo, puesto que son para “proteger”
a la humanidad.
Directiva 2
Ante la aparición en 2019 de unos pocos casos
mortales en Wuhan (dejemos de lado si estos casos fueron o no parte de un
plan), no se los trata con el protocolo convencional, sino que se decide
tratarlos con el “hisopado” como se lo conoce comúmente, con la recomendación
de aplicar 40 “cortes” (amplificación 240) y tomar el corte 35 como
mínimo imprescindible, para diagnosticar la existencia del virus SARS-CoV-2,
sin realizar el cultivo que probaría la existencia real del virus. A partir de
esta directiva, se formaliza un tipo de diagnóstico falso, que permite
diagnosticar SARS-CoV-2 a personas que no lo tienen. O para decirlo con mayor
exactitud: de cada 100 diagnosticados positivos, sólo 3 lo son y a los otros 97
se los trata como si lo fueran, pero no lo son.
Estas dos directivas simples, precisas, que no merecen ser noticia, han permitido
generar un pánico universal sobre una enfermedad con una peligrosidad que no es
tal, inventando casos y muertos falsos, con un número de muertos en el mundo
por totalidad de causas que no es mayor al de los años anteriores, y que al
haber sido calificada de pandemia, ha permitido a la OMS dictar órdenes que distintos
gobiernos obedecen.
¿Cuál es el objetivo de esto? El de siempre.
Endeudar a los países para brindarles luego ayuda, y de ese modo enriquecer más
a los ricos y empobrecer más a los pobres.
El objetivo no es novedoso. Y el modus operandi tampoco: ser la causa del
mal y luego presentarse como la solución a ese mismo mal.
Lo que sí es nuevo es el alcance y por lo
tanto la eficiencia.
Definitivamente, la maquinaria se ha
perfeccionado.
En nuestro artículo anterior, decíamos que es
fácil entender que nos cueste tanto aceptar una mentira de esta envergadura.
Primero, porque a nadie nos gusta sabernos engañados, y segundo, porque como advirtió
Mark Twain, “es más fácil engañar a la gente que convencerla de que ha sido
engañada”.
Pero si nos detenemos un solo instante a
pensar en la historia de los seres humanos, comprenderemos que es mucho más
razonable lo antedicho, que la irracionalidad que estamos viviendo,
encerrándonos, usando tapabocas, y dejando de ver a familiares y amigos.
¿Qué hacer?
Resistir. Resistir todo lo que sea posible,
respecto a todo lo que sea posible. Y muy en particular, cuando los
trabajadores de la salud ven que se hisopa a un muerto para diagnosticarle
COVID-19 luego de haber muerto de un cáncer terminal, que lo denuncien en forma
anónima -para no perder su trabajo- pero que estos casos se sepan.
Resistir, más que siempre, es la gran consigna.
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