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Un tema para debatir. ¿Por qué tienen tan poco público las películas uruguayas?

Por Adriana Nartallo y Daniel Amorín.

Unas semanas atrás, dos informaciones sobre el quehacer del cine uruguayo fueron noticia. Quizás una motivada por la otra.
Por un lado, la caída en la taquilla de las películas uruguayas estrenadas en 2015, que nos ubica en la peor posición en América Latina en cuanto al porcentaje de entradas vendidas que corresponden al cine nacional.
Por otro lado, las declaraciones del director del Instituto del Cine y Audiovisual del Uruguay (ICAU) Martín Papich al Observador TV, en las que expresaba que el fracaso del cine uruguayo con su público tenía que ver con las historias que se cuentan.

Más allá de apreciaciones como las de ASOPROD (Asociación de productores y realizadores de cine de Uruguay) sobre si lo que dijo Papich podría significar una amenaza o no a la libertad de expresión, lo que pone en el tapete el director del ICAU es un asunto que valdría la pena analizar, y en el caso suyo además, dado el cargo que ocupa, tomar decisiones y actuar.

Es una realidad que desde hace años se vienen produciendo cada vez más películas uruguayas, pero esto no ha redundado en un mejor posicionamiento del cine local en relación a su público, sino exactamente lo contrario. En el circuito comercial, en 2014 se vendieron 70.000 entradas, y en 2015 la venta de entradas bajó a la mitad: 35.000.

"Uno de los ejes estratégicos es el asunto del público y de la audiencia, es la razón de ser del cine", dice Papich.
Más allá de que conviene rápidamente indicar que “la razón de ser del cine” no es únicamente el “público y la audiencia” -si esto fuera así, jamás se hubiesen hecho obras fundamentales de la historia del cine que fueron a la vez estrepitosos fracasos económicos, pero que gracias a ellas el cine construyó un lenguaje propio que es dinámico y sigue enriqueciéndose como todo lenguaje que se precie de tal)-, coincidimos sí en el principio de su frase: en efecto, el público es “uno de los ejes estratégicos” del cine [subrayado nuestro].

¿Y qué es lo que se hace en Uruguay para atraer al público a ver películas uruguayas?

El estreno de “En la puta vida” llevó 130.000 espectadores, la mayor taquilla en la historia del cine nacional. Como comentaba Papich a Jaime Clara, se podría decir que fue en una época (2001) en la que había un mayor consumo cultural. Pero como el jerarca mencionó, hubo un elemento determinante que fue la asociación que Beatriz Flores Silva logró con Canal 10. Y no sólo. Todos los medios -TV, radio, prensa escrita- arrearon a la gente como la arrean, por ejemplo, en el Día del Patrimonio.
Pero que nadie crea que fue una idea innovadora.
La idea es muy vieja y es la que se aplica en todos los países con industria cinematográfica como EEUU y Brasil, para poner como ejemplos al país modelo y a un vecino cercano: para que una película sea un éxito de taquilla, debe serlo en la primera semana de exhibición; de lo contrario, no lo es.
Esta descarnada realidad comercial significa que el éxito de una película no depende en absoluto de su calidad artística, sino de su venta publicitaria. Dicho de un modo aún más prosaico: una basura bien vendida tiene infinitamente más probabilidades de éxito comercial que una obra de arte sin marketing.
 
Papich dice: “La gente va a ver algo cuando le gusta, cuando escuchó que alguien hizo un buen comentario”.
Lo primero no; lo segundo sí. La gente no va a ver algo cuando le gusta, por la sencilla razón de que hasta que no lo vea no sabe si le va a gustar. Pero sí lo hace cuando “alguien hizo un buen comentario”, o, para ser más precisos, no cuando “alguien” hace un buen comentario, sino cuando las voces autorizadas -críticos, comunicadores, “notables” de diversa índole sepan o no de cine- hacen ese buen comentario. Pero no luego de estrenada la película, ¡sino antes!, en clave de “Ud debe ser parte de este fenómeno, debe ir el día del estreno” y en la mayor cantidad de salas a la vez. ¿Les suena conocida la fórmula? Claro que sí, es la de los estrenos mundiales de Hollywood.

Papich añade que “una película uruguaya no tiene problemas de acceso mayúsculo al circuito comercial”, que “hoy el ambiente es de autorregulación”, y que las películas deberían sostenerse por sí mismas.

Veamos… ¿es que los éxitos de Hollywood se sostienen por sí mismos?

Pongamos un ejemplo bien cercano. Cualquiera que se ponga la mano en el corazón, ¿puede dejar de reconocer que la película que le permitió a Dicaprio ganar su primer Oscar, “El renacido”, es una experiencia soporífera de 156 minutos de duración, que no aporta absolutamente nada en ningún sentido, salvo el del realismo que se logra en el ataque del grizzly que de manera inexplicable no mata a su víctima? Sin embargo el éxito está asegurado de antemano. Por la eficiente operación de marketing que ya mencionamos: ejecutada mucho antes de que la gente salga de la película bostezando.

Ahora bien. A esta altura, alguien podría preguntarse: pero si es tan fácil, ¿por qué Hollywood no convierte en oro todo lo que produce? ¿Por qué sólo 3 de cada 10 películas son éxito de taquilla? Por una sencilla razón: porque si los publicistas intentaran vender todas las películas, al cabo de muy corto tiempo dejarían de ser creíbles. El negocio funciona así: 3 de cada 10. Vendemos 3, y el resto que se arregle como pueda. Pero como no comen vidrio, en la producción de estas 7 condenadas, tratan de invertir lo menos posible. Las grandes inversiones van para las otras 3. Y, como ya sabemos, esos millonarios costos de producción no las transforman necesariamente en grandes películas. Pero difundir la cantidad de millones invertidos es una parte esencial de la promoción de la película.

Así funciona el negocio. El éxito de taquilla no depende de la calidad de las películas, sino de su estrategia de venta.

Pero entonces, ¿cuál es la realidad en Uruguay?

En el mejor de los casos, una película uruguaya está apenas una semana en una o muy pocas salas, sin una estrategia contundente de promoción. Y si la gente no va, a la semana la ponen en una sola sala, en horario lateral.
Si la película está buena y los pocos que fueron a verla ponen en funcionamiento el boca a boca, el potencial espectador se entera de que ya bajó de cartel o que a lo sumo la dan en una sola sala a las 3 de la tarde. Así es imposible.

Aquí también alguien puede decir: sí, pero yo vi tales y cuales películas uruguayas y eran un bodrio. A ese hipotético alguien le responderíamos con esta pregunta: ¿cómo te fue, con las películas uruguayas, en la relación bodrios vs películas interesantes? ¿7 a 3? ¿8 a 2? ¿9 a 1? Si es así, en cualquiera de los casos te fue parecido a cómo te va con las películas de Hollywood.

Este aspecto entronca con el temita que tocó Papich relativo a si las películas que se hacen en Uruguay son o no interesantes. Como dijimos al principio, nos parece un tema del que mucho vale la pena hablar, y que entre otras cuestiones tiene que ver con definir qué tipo de cine queremos, o, mucho más precisamente, qué tipos de cine queremos estimular. Discusión que estamos muy lejos de que pueda darse, porque eso implicaría re discutir la distribución de los fondos de fomento existentes y los criterios de selección de los jurados. Y como sucede con (casi) todo en este país, quienes resultan hoy favorecidos por las políticas (o falta de políticas) actuales, no quieren perder sus actuales beneficios.

Caminos posibles
Nosotros coincidimos con esa preocupación que planteó Papich y tanto molestó a Asoprod -sin que hayan existido explicaciones satisfactorias del por qué de dichas molestias. No sólo coincidimos. Hemos escrito oportunamente -y ahora reiteramos- que debería existir una política audiovisual -como parte de una política macro respecto a toda la cultura- que impulsara simultáneamente la realización de: a) películas que por sus temáticas y tratamientos tuvieran una mayor probabilidad de interesar al público, y b) películas de autor. Y que a su vez se le otorgaran mayores fondos a las primeras, y se les exigieran presupuestos austeros a las segundas. De este modo se promoverían películas para “conectar” con el público, pero se estimularía también la existencia de un cine autoral, que es lo que a mediano y largo plazo nos dará la posibilidad de tener un cine propio, uruguayo, que pueda reconocerse como tal, como sucede con las principales cinematografías del mundo.

Pero, aún enfatizando la importancia y pertinencia de este tema introducido por Papich, dicho tema no tiene relación alguna -como ya explicamos- con la taquilla de las películas uruguayas. Y, antes de meterse con este tema tan antipático para algunos, es prioritario meterse en serio con los temas de promoción y distribución que, obviamente, son mucho más complicados, porque ahí no se tocan los intereses de unos pocos realizadores y productores, sino los intereses de los exhibidores, que a su vez responden a las grandes cadenas de distribución. Y ahí… vaya que se precisan uñas para ser guitarrero.

En suma, el tema siempre es el mismo y el cine nacional es sólo un ejemplo más. De lo que se trata es de impulsar una cultura propia, auténtica, que no imite fórmulas pre establecidas. Esta cultura no se crea por decreto, sino que será el resultado -como escribió Horacio Quiroga en su famoso decálogo- de “una larga paciencia”.


La misión del Estado es precisamente tener paciencia y generar las mejores condiciones para que los creadores vayan construyendo una cultura audiovisual propia, así como otros creadores construyeron una literatura propia, una expresión plástica propia, una música propia. Y para cumplir con dicha misión, el Estado debe tener las ideas muy claras, y la firmeza necesaria para poner dichas ideas en práctica, a pesar de los mezquinos intereses vernáculos y transnacionales.

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