por Daniel Amorín
El artículo Un engendro anda suelto intenta dar luz acerca del género documental y
su ética.
De acuerdo a lo que allí se dice, para un
documentalista de raza acaso no haya un sueño mayor que obtener ante cámara
revelaciones que él mismo desconocía, que surjan durante la propia filmación,
y, ya en un paroxismo de sueño y utopía, que la realidad se transforme ante sus
ojos (y el de su cámara), que algo cambie de golpe y que él esté allí para
documentarlo en ese preciso instante.
Utopía digo, porque sabemos que las grandes
revelaciones se producen off the record,
que la maravilla aparece cuando la cámara se apaga.
Pues precisamente este paroxismo de “utopía
documental” es la que le tocó en suerte a Joshua Oppenheimer, el realizador de
“El acto de matar”.
Ver este documental significa vivir una
experiencia única, irrepetible, descomunal.
Fotograma de "El acto de matar", de Joshua Oppenheimer |
Entre 1965 y 1966 la dictadura indonesa
asesinó entre un millón y dos millones y medio de personas, presuntamente
comunistas. En 2012 el norteamericano radicado en Dinamarca
Oppenheimer,
entabla relación con algunos de aquellos verdugos hoy septuagenarios u
octogenarios, quienes no sólo no están arrepentidos o prefieren no hablar de
sus ejecuciones, sino que se sienten orgullosos de haberlo hecho y desean
narrarlo y hasta representarlo para que permanezca en la memoria de todos.
Oppenheimer no se topa con este milagro por azar
o casualidad.
A lo largo de tres años, intenta
infructuosamente hacer un documental convencional: narrar el genocidio a partir
del testimonio de víctimas sobrevivientes. Pero las presiones para que la
película no se realice son muchas y el proyecto se estanca. La idea genial se
le ocurre a una de las víctimas: “lo que los ganadores no quieren es que
nosotros contemos la historia, pero ellos estarán dispuestos a contarla, porque
sienten orgullo de su obra”. Lo que
quizá este indonesio no sospechó es cuán dispuestos estarían.
A esta altura cabe aclarar que esta idea es
posible porque aún hoy en Indonesia estos gangsters y mercenarios son héroes
nacionales, y la impunidad es tal que ni siquiera el vocablo aparece en su
diccionario.
Oppenheimer no sólo conversa con mercenarios y
mafiosos antiguos y actuales, no sólo le cuentan con lujo de detalle cómo
torturaban y asesinaban, sino que son ellos los que quieren hacer su propia
película, y Oppenheimer es el instrumento para que ellos den rienda suelta a su
creatividad para contar su historia, creatividad que ya habían demostrado a la
hora de encontrar soluciones pragmáticas -como los nazis con el exterminio
judío- para llevar a cabo semejante carnicería.
El corolario es una película dentro de otra:
el documental de Oppenheimer, que obtiene los testimonios narrados por los
propios verdugos y documenta el proceso de filmación de la otra película; y
esta otra ficción que él mismo filma, siguiendo las directivas de los mercenarios
y gangsters contando su propia historia.
El resultado es una película alucinante, con
revelaciones de un cinismo y una ausencia de moral acaso nunca vistas, y con
escenas propuestas por estos viejos héroes de guerra que llegan a parecer
surrealistas.
Podría pensarse que esta mezcla de ficción y
documental atentaría contra esa ética a la que me referí al principio. Todo lo
contrario. Oppenheimer toma incluso la precaución de mostrar a sus
entrevistados lo que está haciendo, y ellos aprueban delante de cámara sus más
estremecedores testimonios y recreaciones. Y la forma en que Oppenheimer saca
provecho de esta inverosímil realidad lo revela como un documentalista de raza,
capaz, entre otras cosas, de comprender que en este caso y contra todo manual, hacer
una ficción a pedido de parte interesada, termina siendo la mejor y más ética manera
de hacer su documental.
Acaso algunas larguezas -más que
comprensibles, dado lo fácil que resulta imaginar la cantidad de testimonios y
escenas fascinantes que habrán sido descartadas en la sala de montaje- pueden
impedir catalogar a esta película de obra maestra. Pero sin dudas es una
película 10, excelente.
Y lo es, además, porque Oppenheimer no se
conforma con todo lo descrito, sino que también consigue un milagro por demás
infrecuente: que su protagonista, asesino profesional, sufra ante cámara una
transformación tan impensada como inolvidable. Pero para saber de qué se trata,
hay que ver la película.
Aquí el link: El acto de matar
Aquí el link: El acto de matar
Comentarios