Anoche fuimos a ver “El niño de la
bicicleta” y la recomendamos efusivamente.
Es la sexta película que vemos de estos
belgas, los hermanos Luc y Jean-Pierre Dardenne, y ninguna de ellas ha bajado
de un 7 (6 es buena, 8 muy buena).
A nuestro juicio están entre los cinco
mejores realizadores contemporáneos, junto con el curcoreano Kim Ki Duk, el austríaco Michael Haneke, el húngaro
Béla Tarr y acaso uno más que pueda colarse en esta reducida lista.
O sea que, cuando ves una película de
ellos, más que una película, estás viendo una cinematografía. Tienen un rigor y
una sensibilidad para ocuparse de problemáticas sociales de actualidad que
evocan a los otros hermanos, los Taviani. A su vez, sus relatos lineales en tiempo presente, sin
recurrir jamás a flash backs, a puro cortes simples y sonido ambiente,
generalmente sin uso de música incidental (en esta apelan muy de vez en cuando
a Beethoven), recuerdan a Eric Rohmer en el plano formal. Pero su sello
personal es llevar al extremo la máxima de Jean Claude Carrière: “el cine es un hombre a caballo
que llega a una ciudad del oeste y nada sabemos de él”.
Las películas de los Dardenne presentan
siempre a su protagonista único y su conflicto en el primer minuto, y desde ahí
hasta el final se sigue su peripecia sin pausa, con un ritmo de acción del que
se jacta Hollywood y pocas veces consigue de verdad. A veces vamos conociendo
su pasado, a veces no, pero lo acompañamos con un compromiso infrecuente en su
batalla contra un medio hostil. Porque los personajes de los Dardenne son
siempre marginales en el estricto sentido de la palabra, y están en clara
inferioridad de condiciones ante una sociedad mucho menos amable de lo que
aparenta.
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